Silvia Corvalán nació en Mendoza (Argentina) y desde muy
niña se inclinó por las actividades artísticas. Estudió
cerámica, decoración, diseño y trabajó durante algún
tiempo como vidrierista (arreglo de escaparates) para
compensar su frustrada vocación de ser escenógrafa.
Su padre tenía una vieja cámara Kodak (120) con la que
se escapaba cada tanto a buscar imágenes y si bien cada
rollo y su revelado significaban un par de meses de
ahorros, ella pensaba que el esfuerzo valía la pena.
Fue allí donde creció su pasión por la fotografía.
A los 26 años, con su familia se mudaron a Bariloche,
allí trabajó durante casi 25 años en un laboratorio y casa
de fotografía. Eso ayudó a desarrollar su vocación por
el arte fotográfico al facilitar el contacto con grandes artistas
(Silverstone, Imperiale, Raota) que de un modo u otro la
ayudaron a consolidar su vocación si bien, siempre fue amateur.
Hoy por hoy, ya jubilada, su pasión sigue siendo salir a
hacer fotos, buscando la belleza. La fotografía digital y programas como
Photoshop hacen que todo sea muchísimo más sencillo.
Siempre le gustó mostrar y compartir las cosas bellas del
día a día e inculcó -casi sin darse cuenta- ese afán en sus
hijos. Ellos también son fotógrafos, cada uno con su
estilo propio. A Silvia la hace feliz comprobar que ellos
también son capaces de ver y disfrutar lo que nos lleva al
disparador haciendo "clic".
El hacer fotos significa para Silvia poder guardar
instantes bellos, deslumbrantes, sorprendentes, extraños,
únicos, sencillos, complejos y llenos de color, es decir,
es poder capturar la belleza que se despliega ante nuestros
ojos y que no sólo hay que aprender a verla sino, sobre
todo, a disfrutarla. Da igual si se trata de la belleza del
movimiento de un bailarín o de la gota de agua que reposa
en el cáliz de una flor, siempre hay un abanico tan grande
de posibilidades que a veces no le alcanza el tiempo para
procesar toda la belleza que este mundo nos ofrece. Su lema
es: "fotografiar lo bello".
