Proserpina
Al final de su paseo, se adentró en un huerto sembrado de frutales y arrancó una granada de un árbol. Le despegó la piel, le sacó seis granos y se los echó a la boca. Fue un placer notar cómo estallaban entre sus dientes. El sabor de la granada era tan intenso que Proserpina recobró por un instante las ganas de vivir.
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